Uno de los religiosos que han dejado imborrable huella de su paso por Ica ha sido el Presbítero español Antonio Meléndez Méndez. Nunca habíamos visto tanta energía y compromiso de un sacerdote para con su feligresía, su fe y su iglesia. Nuestros abuelos todavía recuerdan con alegría al jovial hombre de la sotana, de trato amable y cordial, siempre atento a los requerimientos de los antiguos pobladores de nuestra ciudad. Pastor que supo entender y conducir a su grey en las primeras décadas de siglo pasado.
La historia de Antonio Meléndez Méndez está sólida y entrañablemente unida a la concepción y construcción del Santuario de Luren, es más, perdió la vida en el esfuerzo magistral por la edificación de éste histórico edificio religioso que hoy vive momentos dramáticos al estar amenazado con la desaparición y el olvido. La historia viva de nuestra ciudad le ha reservado un lugar especial de agradecimiento a éste noble clérigo que se inmoló para ver levantado, fuerte y bello este Santuario de todos los iqueños, a pesar que jamás pudo ver terminada la obra.
Cuentan las crónicas que el multifacético Párroco del naciente Templo de Luren, se dividía apoyando tanto al Maestro Alberto Cierralta Herrera con el diseño arquitectónico, así como en la supervisión de los trabajos de decenas de obreros constructores proveyéndoles de los materiales necesarios. La construcción del templo duró muchos años, 27 en total, periodo que abarcó desde 1919 hasta 1946. El inicio de los trabajos fue una etapa hermosa entre la población, había estallado la conmoción social entre los iqueños; todos estaban entusiasmados por que se había podido restaurar exitosamente la sagrada imagen de nuestro Cristo Crucificado destruida en un oscuro y todavía no esclarecido incendio y solo faltaba brindarle una casa decorosa, un Templo sobrio a la altura de su respetable señorío. Todos apoyaban, todos daban, nadie escatimaba esfuerzos. Se realizaron innumerables colectas, rifas, tómbolas, kermeses y donativos en efectivo. Hombres y mujeres daban sus aportes y hasta se desprendían de valiosas joyas para evitar que faltaran los materiales para la edificación. El Comité Pro Luren estaba designado por la voluntad popular para hacer realidad este deseo colectivo.
El horno de don Benito Ormeño se destinó especialmente para la fabricación de los ladrillos para el Templo. El Presbítero Antonio Meléndez Méndez, preocupado por la cocción de estos adoquines de arcilla que supervisaba personalmente, se mantuvo por demasiado tiempo expuesto a los calores intensos de éste fogón, seguramente preocupado por otras tareas, se retiró presuroso, sin reparar del cambio brusco de temperaturas; esto le produjo una pulmonía fulminante. Pese a su fortaleza, cuatros días después fallecía irremediablemente. Esta fue una pérdida sentida, toda una ciudad lloró su partida y reconoció su invalorable aporte. El algún rincón, entre los fuertes cimientos del Santuario que se resiste a morir, está escrito, en alto relieve, con la fuerza del cincel indeleble que inmortaliza, el nombre de éste santo varón: “Antonio Meléndez Méndez, hacedor del templo de Luren”. El legado que ha nos ha transmitido no desaparecerá, muchos hemos asumido el compromiso de preservar nuestro pasado inmediato.
La historia de Antonio Meléndez Méndez está sólida y entrañablemente unida a la concepción y construcción del Santuario de Luren, es más, perdió la vida en el esfuerzo magistral por la edificación de éste histórico edificio religioso que hoy vive momentos dramáticos al estar amenazado con la desaparición y el olvido. La historia viva de nuestra ciudad le ha reservado un lugar especial de agradecimiento a éste noble clérigo que se inmoló para ver levantado, fuerte y bello este Santuario de todos los iqueños, a pesar que jamás pudo ver terminada la obra.
Cuentan las crónicas que el multifacético Párroco del naciente Templo de Luren, se dividía apoyando tanto al Maestro Alberto Cierralta Herrera con el diseño arquitectónico, así como en la supervisión de los trabajos de decenas de obreros constructores proveyéndoles de los materiales necesarios. La construcción del templo duró muchos años, 27 en total, periodo que abarcó desde 1919 hasta 1946. El inicio de los trabajos fue una etapa hermosa entre la población, había estallado la conmoción social entre los iqueños; todos estaban entusiasmados por que se había podido restaurar exitosamente la sagrada imagen de nuestro Cristo Crucificado destruida en un oscuro y todavía no esclarecido incendio y solo faltaba brindarle una casa decorosa, un Templo sobrio a la altura de su respetable señorío. Todos apoyaban, todos daban, nadie escatimaba esfuerzos. Se realizaron innumerables colectas, rifas, tómbolas, kermeses y donativos en efectivo. Hombres y mujeres daban sus aportes y hasta se desprendían de valiosas joyas para evitar que faltaran los materiales para la edificación. El Comité Pro Luren estaba designado por la voluntad popular para hacer realidad este deseo colectivo.
El horno de don Benito Ormeño se destinó especialmente para la fabricación de los ladrillos para el Templo. El Presbítero Antonio Meléndez Méndez, preocupado por la cocción de estos adoquines de arcilla que supervisaba personalmente, se mantuvo por demasiado tiempo expuesto a los calores intensos de éste fogón, seguramente preocupado por otras tareas, se retiró presuroso, sin reparar del cambio brusco de temperaturas; esto le produjo una pulmonía fulminante. Pese a su fortaleza, cuatros días después fallecía irremediablemente. Esta fue una pérdida sentida, toda una ciudad lloró su partida y reconoció su invalorable aporte. El algún rincón, entre los fuertes cimientos del Santuario que se resiste a morir, está escrito, en alto relieve, con la fuerza del cincel indeleble que inmortaliza, el nombre de éste santo varón: “Antonio Meléndez Méndez, hacedor del templo de Luren”. El legado que ha nos ha transmitido no desaparecerá, muchos hemos asumido el compromiso de preservar nuestro pasado inmediato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario