El 15 de Agosto del 2007, fue el día más negro y doloroso que hemos sufrido los iqueños desde hace un siglo. Nunca antes habíamos perdido tanto en tan pocos segundos.
El terremoto de hace dos años ha dejado profundamente lacerado a un pueblo que no se deja vencer por las desventuras que ocasionan los cataclismos naturales. Tardará mucho todavía para que cierren las heridas, se alivien las traumáticas experiencias, superemos las pérdidas humanas, se suavicen con el tiempo nuestras carestías materiales. Falta recuperar la calma, el sosiego colectivo para continuar con nuestras vidas. Hay todavía mucho por hacer.
Ica está en una zona altamente sísmica, somos conocidos como habitantes de una tierra de temblores y terremotos, históricamente marcados por las bruscas e inesperadas sacudidas de la corteza terrestre, pero a pesar de ello no nos acostumbramos a nuestra ancestral y obligada cuota de dolor.
Los sismólogos y estudiosos nos refieren que vivimos sobre el llamado “Cinturón de Fuego”, al borde del choque de dos enormes moles o placas tectónicas que luchan entre sí para hacer prevalecer cada una la fuerza de su incontenible avance. La Placa Tectónica de Nazca (de 7 mil kilómetros de longitud) que avanza bajo el mar hacia el continente americano y la Placa Continental o Sudamericana (que es la de mayor tamaño) hace lo propio pero en sentido contrario, provocando una colisión o fricción permanente. El hundimiento (subducción) de estas placas enfrentadas entre sí son las que producen periódicamente la liberación súbita de energía, expresada en ondas vibratorias, que agitan violentamente la superficie terrestre causando daño en las estructuras materiales, regando con ello destrucción y muerte. Nosotros vivimos sobre esta descomunal lucha de titanes, sobre esta mayúscula cicatriz que se niega a cerrar.
Lo ocurrido hace dos años, en grado sumo, podría volver a suceder –estamos signados a ello- no sabemos cuándo ni cómo, pero nuestra oportunidad de sobrevivencia estará fundamentada en que nos encontremos preparados para soportarlo, listos para paliar sus efectos, entrenados y precavidos para saber comportarnos durante los largos segundos del acontecimiento, controlando el pánico natural, para evitar ser víctimas de su destructora fuerza, saber qué hacer luego de la catástrofe. No podemos hacer nada más. Estamos inermes ante su furia y condenados a soportar la variable intensidad de su fuerza.
(*) este artículo se publicó en el Suplemento "La Verdad sobre el Santuario de Luren" del diario "La Voz de Ica" fechado el 15 de Agosto del 2009
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