viernes, 19 de agosto de 2011

MONSEÑOR ARNULFO ROMERO HUMILDAD Y ENTREGA


"La Iglesia no debe meterse en política, pero cuando la política toca el altar de la Iglesia. ¡A la Iglesia le toca defender su altar!". Una sola frase puede retratar lo que ha sido la vida de un hombre. Una frase dicha con coraje y entrega es suficiente para entender cuál ha sido el propósito que  defendió hasta la inmolación. Este es uno de los pocos casos de un religioso, el pastor de un pueblo oprimido, que se identificó con la gente humilde, sus penurias y su futuro. Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, sacerdote católico del país centroamericano de El Salvador, quien solo pudo ejercer su ministerio pastoral por tres años como cuarto Obispo metropolitano, antes que las balas asesinas le dieran muerte en su púlpito, en plena homilía, predicando la palabra de Dios.

Fue un 24 de Marzo de de 1980 cuando su vida fue apagada abruptamente. Su delito: enfrentarse contra la tiranía del general Carlos Humberto Romero del Partido de Conciliación Nacional, quienes se habían perpetuado en el poder de ese país por muchos años. Como muchas otras oportunidades anteriores estos gobernantes hicieron fraude en las elecciones y la inmensa mayoría de ese pueblo protestó por la farsa. La represión del tirano se hizo sentir, persiguiendo a través de su temible Guardia Nacional a todos aquellos que se les opusieran, no importaba si eran civiles o religiosos. La rebelión o la simple protesta se pagaban con la muerte. El Monseñor Romero, que venía de los sectores conservadores de la iglesia salvadoreña no tardó demasiado en identificarse con el dolor de los miles de sus paisanos, afligidos por la pobreza y la opresión.  El asesinato del sacerdote jesuita Rutilio Grande, gran amigo suyo, fue el detonante que llevó a Monseñor Romero a transformarse, protestando, increpando, acusando a quienes bañaban en sangre al pueblo salvadoreño, defendiendo los derechos humanos. No vaciló en dirigirse al mismo presidente y a desafiar a la Guardia Nacional, denunciando desde el púlpito los crímenes que se cometían contra su pueblo. Esta actitud justa y valiente le hizo ganarse el cariño y la admiración de quienes encontraba en él a su defensor, y a la vez el odio de quienes no querían ningún cambio social que los alejara del poder absoluto.

“Ningún soldado está  obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado” había dicho en su homilía un día antes de ser asesinado. Y agregó. “Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, ¡les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios,  cese la represión!…”

Arnulfo Romero murió hace 30 años, pero su pueblo no lo olvida, lo recuerda con cariño. Su entrega y humildad fue su signo distintivo. El proceso de su canonización va en camino, pero los salvadoreños ya lo consideran un Santo, desde hace 3 décadas. El Monseñor Arnulfo Romero sigue siendo el defensor de los humildes, sigue siendo “la voz de los sin voz”. Cuánto necesitamos por estas tierras de su ejemplo.

NR: artículo publicado en el Diario “La Voz de Ica” fechado el 05.04.2010
 

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