Queremos entender la lógica del Señor Obispo a su negación reiterada a reconocer al colectivo de vecinos llamados “Comité Iqueños por la Restauración del Santuario de Luren” y por tanto no concederle audiencia ni diálogo con ellos, a pesar que su despacho ha recibido varias cartas con la solicitud formal.
Si dicho Comité ha definido con precisión que su intención no es menoscabar la autoridad del prelado, ni complotar contra su autoridad ni hacer algo ilícito contra la sede Vicarial; tampoco alienta a la desobediencia, ni al odio o aversión contra la religión católica, porque son creyentes militantes de la misma Iglesia. ¿Cómo podemos catalogar su terca resistencia a siquiera escuchar a estos iqueños emprendedores?
Ninguno de estos integrantes ha usado la fuerza o dicho palabra que moleste siquiera la tranquilidad de la autoridad clerical. Si el Comité ha manifestado que no pretende fiscalizar y menos administrar los ingresos que la Iglesia perciba como parte de las campañas de donativos, erogaciones, aportes u óbolos voluntarios que recibirán, por que su organización no se ha constituido para formar empresas ni conseguir lucro, menos para asumir protagonismos ni la búsqueda de candidaturas políticas. ¿Entonces, por qué no les creen?
Si el Comité de iqueños ha demostrado que es una asociación de hecho, reconocida legalmente por el Código Civil Peruano, porqué tildar de ilegal a este colectivo que sólo busca ayudar.
Acaso el Código de Derecho Canónico que es el conjunto de normas jurídicas que regulan la organización de la Iglesia Católica, la jerarquía de gobierno, los derechos y obligaciones de los fieles y el conjunto de sacramentos y sanciones que se establecen por la contravención de las mismas normas, señala en su Título I, de las Obligaciones y derechos de todos los fieles, en su parte 3. “Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados (Obispos) su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”.
También dice este mismo Código que las Asociaciones que se formaren “... se requiere el consentimiento del Obispo diocesano...” para su erección válida. Pero éste, no es el caso, el Comité Iqueños por la Restauración no se funda con fines de caridad o piedad, se forma como un vocero válido para llevar propuestas para mejora de la Iglesia, no para boicotearla ni complotar contra ella.
La inmensa mayoría de católicos iqueños ignoran el contenido del mencionado Código de Derecho Canónico, pero no nuestro Obispo quien es Doctor en Teología Bíblica y se encuentra más que preparado para enseñar a todos los que no conocemos esta norma, sus alcances y finalidades.
No creemos que las amenazas de denuncias “...por inmiscuirse en asuntos que no le competen” sea la respuesta fraterna de un Obispo que tiene en sus manos la posibilidad de la reconciliación (en el sentido sacramental y lingüístico) y de extender su mano en señal amistosa, de pacificación y el trato fraterno con todos los miembros de su Iglesia, sin excepciones ni marginaciones.
Si dicho Comité ha definido con precisión que su intención no es menoscabar la autoridad del prelado, ni complotar contra su autoridad ni hacer algo ilícito contra la sede Vicarial; tampoco alienta a la desobediencia, ni al odio o aversión contra la religión católica, porque son creyentes militantes de la misma Iglesia. ¿Cómo podemos catalogar su terca resistencia a siquiera escuchar a estos iqueños emprendedores?
Ninguno de estos integrantes ha usado la fuerza o dicho palabra que moleste siquiera la tranquilidad de la autoridad clerical. Si el Comité ha manifestado que no pretende fiscalizar y menos administrar los ingresos que la Iglesia perciba como parte de las campañas de donativos, erogaciones, aportes u óbolos voluntarios que recibirán, por que su organización no se ha constituido para formar empresas ni conseguir lucro, menos para asumir protagonismos ni la búsqueda de candidaturas políticas. ¿Entonces, por qué no les creen?
Si el Comité de iqueños ha demostrado que es una asociación de hecho, reconocida legalmente por el Código Civil Peruano, porqué tildar de ilegal a este colectivo que sólo busca ayudar.
Acaso el Código de Derecho Canónico que es el conjunto de normas jurídicas que regulan la organización de la Iglesia Católica, la jerarquía de gobierno, los derechos y obligaciones de los fieles y el conjunto de sacramentos y sanciones que se establecen por la contravención de las mismas normas, señala en su Título I, de las Obligaciones y derechos de todos los fieles, en su parte 3. “Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados (Obispos) su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”.
También dice este mismo Código que las Asociaciones que se formaren “... se requiere el consentimiento del Obispo diocesano...” para su erección válida. Pero éste, no es el caso, el Comité Iqueños por la Restauración no se funda con fines de caridad o piedad, se forma como un vocero válido para llevar propuestas para mejora de la Iglesia, no para boicotearla ni complotar contra ella.
La inmensa mayoría de católicos iqueños ignoran el contenido del mencionado Código de Derecho Canónico, pero no nuestro Obispo quien es Doctor en Teología Bíblica y se encuentra más que preparado para enseñar a todos los que no conocemos esta norma, sus alcances y finalidades.
No creemos que las amenazas de denuncias “...por inmiscuirse en asuntos que no le competen” sea la respuesta fraterna de un Obispo que tiene en sus manos la posibilidad de la reconciliación (en el sentido sacramental y lingüístico) y de extender su mano en señal amistosa, de pacificación y el trato fraterno con todos los miembros de su Iglesia, sin excepciones ni marginaciones.
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