Demoler o Restaurar, esa es en síntesis la base de la polémica suscitada entre el Obispo de Ica y un amplio grupo de activos feligreses, respecto al futuro de la casa, del templo del Cristo de Luren, afectado por el terremoto del 2007.
Luego de casi dos años de una abierta y estéril polémica entre estas dos distintas y antagónicas posiciones, pareciese que se abre la posibilidad del diálogo abierto y sincero entre las partes para hallar la mejor solución al problema. Diálogo que está en sus primeros intentos, de hallar el mejor escenario, las formas más adecuadas. Sólo el diálogo, la conversación alturada, la entrevista cordial y fraterna será el camino, la salida definitiva a éste tema.
Quien escribe ésta columna, desde varios artículos anteriores en este mismo medio, ha mantenido su posición respecto a la Restauración del Templo de Luren, argumentación que no es una voz solitaria, sino el deseo de la gran mayoría de fieles, de creyentes que apuestan silenciosamente por la plena conservación del edificio religioso más importante de la fe católica en ésta parte del Perú.
Esta apertura al diálogo abre la oportunidad para escuchar a los profesionales y especialistas entendidos, para saber el futuro del templo de Luren. Serán ellos y no otros los que harán las recomendaciones técnicas pertinentes. Las propuestas de los peritos en estructuras, los versados en diseño, en conservación o renovación darán su opinión sustentada.
A favor de la Restauración han expresado su opinión las siguientes instituciones: El Centro Peruano Japonés de Investigaciones Sísmicas y Mitigaciones de Desastres (CISMID) y la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI); El Colegio de Arquitectos del Perú (CAP) mediante su Pronunciamiento en Defensa del Patrimonio Monumental de Ica afectada por el Sismo; en INC del Cusco; El Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS); así como una larga lista de destacados Arquitectos, intelectuales y profesionales.
Sosteniendo la propuesta de la Demolición y construcción de un edificio religioso nuevo están los destacados profesionales: Arq. Miguel Atilio Cestti Calvera; los ganadores del concurso privado para la edificación de la nueva basílica de Luren (Arq. Sandra Barclay-Jean Pierre Crousse). Ningún otro sustento técnico para la demolición del templo ha sido hecho público. Y es sobre la base de éstas opiniones, respetables por cierto, que nuestro Obispo se apoya para tan radical propuesta.
Podemos decir con toda seguridad que salvar el templo de Luren si es posible. Las razones técnicas y científicas afianzan esta exposición. Hacer lo contrario será perder para siempre esta joya excelsa, hasta milagrosamente construida diría, puesto que Don Alberto Cierra Alta Herrera, encargado de diseñar el templo no era arquitecto de profesión, siquiera ingeniero; era autodidacta, un genial maestro de obras, inspirado en su fe y su religiosidad hizo lo que nadie pudo (el construyó también el Santuario de Yauca, el Hotel Colón, los portales de la Plaza de Armas de Ica). Todas estas obras de ingeniería civil han resistido heroicamente los temblores y terremotos que han asolado nuestra tierra en el último siglo. ¿Podemos dudar acaso que exista un designio divino para la permanencia de éste santuario, conservando su diseño arquitectónico primigenio y en el lugar que ocupa desde siempre?
No creemos que en el trascurso del diálogo salga una tercera propuesta a las ya resumidas, es decir mantener el mismo templo de Luren restaurado, pero (“pero”) mejorándolo un poquito, es decir, por ejemplo alargar hacia atrás el santuario para otorgarle un mayor aforo de concurrentes, mayor capacidad. Aceptar esto u otra propuesta similar es pretender un híbrido, una mezcla impura que los especialistas en arquitectura y patrimonio monumental llaman “falso histórico” o “falso arquitectónico”. Si hoy se hiciera una encuesta entre los iqueños, la inmensa mayoría opinaría con firmeza y convicción por mantener su templo original, sin cambios ni maquillajes cosméticos que lo afecten.
Tenemos que recordar que este templo fue hechura de un pueblo religioso, lleno de fe. Tuvieron que pasar 20 años para que se concluyera totalmente. Pero se hizo. El Cristo de Luren y su templo tiene para los iqueños un significado que trasciende lo religioso y adquiere dimensiones socio-culturales. La demolición tendría un impacto profundo en el seno del pueblo, y significaría no solo una pérdida material sino un irreversible daño espiritual y psicológico.
Tengamos fe en las conclusiones del diálogo, recordemos siempre que restaurar es también restablecer lo dañado, significa rehabilitar, reparar o restituir lo que amamos. Mientras estamos en estas disquisiciones terrenales, nuestro Cristo permanece como un mortal damnificado más, esperando el resultado de nuestros tratos, para regresar a su casa de adoración. ¿Pregunto a los iqueños: Huacachina agoniza por inanición, y si sumamos a esto la perdida de nuestro bello Templo, que otro atractivo tendríamos como ciudad?
Luego de casi dos años de una abierta y estéril polémica entre estas dos distintas y antagónicas posiciones, pareciese que se abre la posibilidad del diálogo abierto y sincero entre las partes para hallar la mejor solución al problema. Diálogo que está en sus primeros intentos, de hallar el mejor escenario, las formas más adecuadas. Sólo el diálogo, la conversación alturada, la entrevista cordial y fraterna será el camino, la salida definitiva a éste tema.
Quien escribe ésta columna, desde varios artículos anteriores en este mismo medio, ha mantenido su posición respecto a la Restauración del Templo de Luren, argumentación que no es una voz solitaria, sino el deseo de la gran mayoría de fieles, de creyentes que apuestan silenciosamente por la plena conservación del edificio religioso más importante de la fe católica en ésta parte del Perú.
Esta apertura al diálogo abre la oportunidad para escuchar a los profesionales y especialistas entendidos, para saber el futuro del templo de Luren. Serán ellos y no otros los que harán las recomendaciones técnicas pertinentes. Las propuestas de los peritos en estructuras, los versados en diseño, en conservación o renovación darán su opinión sustentada.
A favor de la Restauración han expresado su opinión las siguientes instituciones: El Centro Peruano Japonés de Investigaciones Sísmicas y Mitigaciones de Desastres (CISMID) y la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI); El Colegio de Arquitectos del Perú (CAP) mediante su Pronunciamiento en Defensa del Patrimonio Monumental de Ica afectada por el Sismo; en INC del Cusco; El Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS); así como una larga lista de destacados Arquitectos, intelectuales y profesionales.
Sosteniendo la propuesta de la Demolición y construcción de un edificio religioso nuevo están los destacados profesionales: Arq. Miguel Atilio Cestti Calvera; los ganadores del concurso privado para la edificación de la nueva basílica de Luren (Arq. Sandra Barclay-Jean Pierre Crousse). Ningún otro sustento técnico para la demolición del templo ha sido hecho público. Y es sobre la base de éstas opiniones, respetables por cierto, que nuestro Obispo se apoya para tan radical propuesta.
Podemos decir con toda seguridad que salvar el templo de Luren si es posible. Las razones técnicas y científicas afianzan esta exposición. Hacer lo contrario será perder para siempre esta joya excelsa, hasta milagrosamente construida diría, puesto que Don Alberto Cierra Alta Herrera, encargado de diseñar el templo no era arquitecto de profesión, siquiera ingeniero; era autodidacta, un genial maestro de obras, inspirado en su fe y su religiosidad hizo lo que nadie pudo (el construyó también el Santuario de Yauca, el Hotel Colón, los portales de la Plaza de Armas de Ica). Todas estas obras de ingeniería civil han resistido heroicamente los temblores y terremotos que han asolado nuestra tierra en el último siglo. ¿Podemos dudar acaso que exista un designio divino para la permanencia de éste santuario, conservando su diseño arquitectónico primigenio y en el lugar que ocupa desde siempre?
No creemos que en el trascurso del diálogo salga una tercera propuesta a las ya resumidas, es decir mantener el mismo templo de Luren restaurado, pero (“pero”) mejorándolo un poquito, es decir, por ejemplo alargar hacia atrás el santuario para otorgarle un mayor aforo de concurrentes, mayor capacidad. Aceptar esto u otra propuesta similar es pretender un híbrido, una mezcla impura que los especialistas en arquitectura y patrimonio monumental llaman “falso histórico” o “falso arquitectónico”. Si hoy se hiciera una encuesta entre los iqueños, la inmensa mayoría opinaría con firmeza y convicción por mantener su templo original, sin cambios ni maquillajes cosméticos que lo afecten.
Tenemos que recordar que este templo fue hechura de un pueblo religioso, lleno de fe. Tuvieron que pasar 20 años para que se concluyera totalmente. Pero se hizo. El Cristo de Luren y su templo tiene para los iqueños un significado que trasciende lo religioso y adquiere dimensiones socio-culturales. La demolición tendría un impacto profundo en el seno del pueblo, y significaría no solo una pérdida material sino un irreversible daño espiritual y psicológico.
Tengamos fe en las conclusiones del diálogo, recordemos siempre que restaurar es también restablecer lo dañado, significa rehabilitar, reparar o restituir lo que amamos. Mientras estamos en estas disquisiciones terrenales, nuestro Cristo permanece como un mortal damnificado más, esperando el resultado de nuestros tratos, para regresar a su casa de adoración. ¿Pregunto a los iqueños: Huacachina agoniza por inanición, y si sumamos a esto la perdida de nuestro bello Templo, que otro atractivo tendríamos como ciudad?
Artículo publicado en el diario "La Voz de Ica" el 12 Junio 2009
Fotos: Esaú Ventura (Cristo), Templo (Juan Kuroki Jhino)
Fotos: Esaú Ventura (Cristo), Templo (Juan Kuroki Jhino)
Diseño afiche: Ronny Galindo
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