Si imaginariamente hubiésemos dado un paseo aéreo sobrevolando el valle de Ica hace 100 ó 200 años atrás seguramente hubiéramos pensado que nuestra tierra era una zona completamente árida, con escasa vegetación, sin posibilidad para la vida, sin el verdor de la selva, ni la exuberancia de los ríos de la sierra; en resumen un desierto.
Por aquellos tiempos el verdor del valle era estacional, es decir solo cuando las aguas de avenida inundaban nuestros pocos ríos y los productos que se cultivaban eran de aparición solo en determinados meses del año.
Por aquellos tiempos el verdor del valle era estacional, es decir solo cuando las aguas de avenida inundaban nuestros pocos ríos y los productos que se cultivaban eran de aparición solo en determinados meses del año.
Ahora es distinto, hemos ganado espacio al desierto, extraemos más agua del subsuelo por lo que hay mas campos agrícolas, existe una mejor producción y variedad de vegetales agroindustriales, de frutas, hortalizas, legumbres y panllevar; se han adoptado productos nuevos como el espárragos, brócoli, las especias, las uvas modificadas genéticamente y frutas que solo se destinan para la exportación.
Desde siempre el campo, la tierra útil del suelo iqueño ha sido pródiga regalándonos sus frutos. Hemos sido bendecidos por la variedad y cantidad de productos que han maravillado al mundo. Las uvas traídas por los españoles han hecho historia con el Pisco peruano, dando una calidad inigualable e irrepetible; que decir de los mangos y ciruelas de éstos valles, o las naranjas pequeñas y extremadamente dulces de Palpa o las rojas sandías de descomunal tamaño o los melones de fragancioso sabor. Las paltas, pecanas, o las deliciosas guayabas han sido motivos de poemas y un sinfín de elogios de los degustadores.
Como no mencionar los pacaes o las peras de agua o las manzanas pequeñas con que se preparan jaleas o refrescos.
Otra vena de sabrosas frutas son los dátiles que exudan miel o los higos hinchados de oscura piel que al abrirse afloran las semillitas melosas de un gustillo exquisito que evocan la aridez de nuestras dunas.
Mención aparte merece nuestro indiscutible mango, cuyas calidades, tamaños y aromas especiales nos gratifican, entre otros podemos mencionar el mango de carne, rosado, chato, de chupar, alcanfor y los pecosos y pigmeos cuaresmeros, una delicia al paladar.
Cuando un iqueño viaja por el interior del país, de visita o por trabajo, de seguro se encontrará con los tradicionales vendedores de frutas, en puestos estables o rodantes, entre las frutas que venden y que no son propias del lugar, se ofrecerán las de Ica. Vender una fruta de Ica, uvas, mangos, sandías u otra es sinónimo de garantía, de exquisitez, es la marca de la buena fruta. Este prestigio ganado por los productos de nuestras tierras es un orgullo más para todos los iqueños, es la señal grandiosa que hemos sido bendecidos con un vergel de aromas, colores y sabores a nuestra disposición.
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