martes, 20 de octubre de 2009

La calma precede a la Tempestad



En los predios de la Iglesia Católica local reina una calma tensa, un silencio sepulcral respecto al futuro inmediato del Santuario de nuestro Señor de Luren. Desde hace varios meses se estarían realizando, de forma sigilosa, trámites con instituciones y personas, para factibilizar el proyecto de la nueva edificación que reemplazaría al histórico Santuario de Luren.

El Obispo de Ica parece que ya tiene tomada su decisión. Al Templo, convertido en Santuario Nacional, diseñado por el Maestro Alberto Cierralta Herrera hace casi nueve décadas y hecho con el trabajo y dinero esforzado de todos los iqueños, tiene sus días contados. Antes de las fiestas religiosas de Abril próximo se habrían empezado ya los trabajos de demolición, echando abajo casi cien años de historia e identidad cultural de un pueblo. La destrucción de éste ícono de la religiosidad iqueña, afectado por el sismo del 2007 concluirá por obra y gracia de quien, poder en mano, lo ha mirado desde su venida, como un montón de ladrillos y cemento inservibles; escombros inútiles, despreciables restos que porfiadamente se han mantenido erguidos, mudos testigos de una tragedia que aún resuena en nuestras conciencias. Y como si se tratara de calcetines deteriorados, desechables, fáciles de reemplazar, ya se estaría dando los últimos toques al diseño de este nuevo templo, que sería un remedo del actual; presentándolo más grande, más ancho, más ampuloso, como desea su regente, como si se tratara de una competencia ciclópea, ya no entre edificios religiosos, sino entre los monstruosos mercados transnacionales que invaden por doquier nuestro territorio patrio, en la desenfrenada carrera de captar clientes, ofrecer inimaginables servicios y ofertas en la afiebrada competencia del mercantilismo global. A eso, tristemente, hemos llegado.

Esta habría sido la última procesión en que el Cristo Milagroso de Ica, el Padre bueno, acompañado por sus mar humano de fieles, recorriendo con lentitud y marcha acompasada por las calles de nuestra ciudad, hayan visto –todos juntos- por última vez el templo original del Cristo Moreno. Ahora, los iqueños que han defendido a éste ícono, cofre santificado de nuestras tradiciones religiosas, tendrán una tarea urgente para evitar este despropósito, esta equivocación promovida y alentada por quienes ven a estas tierras y a nuestras gentes, trampolín para su posteridad en la historia. El pueblo creyente tiene ahora la palabra. La calma precede a la tempestad.

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