Los iqueños siempre supimos hacernos a puro pulso un espacio como colectividad organizada en la historia de los pueblos –remontándonos desde las culturas pre incaicas hasta nuestros días- y los que condujeron estos cambios o reivindicaciones se hicieron, por sus propios méritos, nuestros héroes y heroínas sociales que hoy engrosan honrosamente los calendarios cívicos escolares e institucionales de nuestra región. Pero no hemos sido justos con todos los que deberían de estar, ni hemos sabido otorgarles un reconocimiento sincero, oportuno y cordial. Tenemos aún a muchos de nuestros hombres y mujeres singulares en la sombra del olvido, arrinconados en la ingratitud, desvalorizados, ninguneados por la historia oficial de las pálidas diplomas y las medallas burocráticas de latón.
Lo ocurrido con Don Alberto Cierra Alta Herrera, Jesús Silva Herrera y Francisco Caso Uría, el R.P. Antonio Meléndez Méndez, los integrantes de la famosa “Sociedad de 16 Amigos” y tantos otros que desde el segundo decenio del siglo pasado, pusieron su tiempo y su vida para recuperar nuestra dignidad en nuestras creencias religiosas, de recobrar de la desaparición total a nuestro principal ícono de la religiosidad católica: El Cristo Crucificado de Luren y hacer, a pausas pero con esmero, el hermoso Santuario que lo cobijó por décadas y hoy espera maltrecho su urgente restauración, su salvamento. Todo esto ha sido un gran acto heroico. Aparte de las diplomas de librería, nadie ha reparado en brindarles un homenaje oficial, genuino y honesto; ninguna administración -de todas las épocas y de todos los gobiernos- han siquiera levantado un monumento, busto u obelisco que recuerde y congratule esta acción colectiva y épica. Ninguna. Busque usted cual de nuestras calles principales, bulevares, plazas o plazuelas lleva los nombres de éstos prohombres que lo dieron todo sin condicionar nada a cambio. Ninguna. Aparecen nombres y apellidos de afuerinos, meritorios tal vez, pero, ¿Por qué olvidar a lo nuestro, nuestra gente, nuestros héroes locales? Es inadmisible este permanente olvido, esta amnesia hipócrita de las autoridades.
Saludamos lo que están haciendo hoy en día los descendientes de Jesús Silva y Alberto Cierra Alta, en levantar un modesto busto que perennice la memoria de éstos en el Parquecito de Luren. Se lo merecen. Pero esto es un esfuerzo particular de la familia más no de los que administran la ciudad ni la región. La inteligencia cívica recomienda asumir esos gastos con los dineros del pueblo, más aun que ya se han abierto las campañas electorales. Por lo menos aquí no habrá cuestionamientos ni murmuraciones, al contrario. ¿Y los demás, por que no están, por que marginarlos, porque postergarlos? El homenaje de la ciudad a sus hombres preclaros no debe costarle un sol de los bolsillos de la parentela, ni debe ser un acto mendicante, debe ser una acción reivindicativa, justa y oportuna. Además debe incluirlos a todos en un homenaje colectivo, magnánimo, esperanzador. Que la mezquindad no cierre las posibilidades de tener, por vez primera, un reconocimiento multánime del Pueblo a sus héroes locales.
Lo ocurrido con Don Alberto Cierra Alta Herrera, Jesús Silva Herrera y Francisco Caso Uría, el R.P. Antonio Meléndez Méndez, los integrantes de la famosa “Sociedad de 16 Amigos” y tantos otros que desde el segundo decenio del siglo pasado, pusieron su tiempo y su vida para recuperar nuestra dignidad en nuestras creencias religiosas, de recobrar de la desaparición total a nuestro principal ícono de la religiosidad católica: El Cristo Crucificado de Luren y hacer, a pausas pero con esmero, el hermoso Santuario que lo cobijó por décadas y hoy espera maltrecho su urgente restauración, su salvamento. Todo esto ha sido un gran acto heroico. Aparte de las diplomas de librería, nadie ha reparado en brindarles un homenaje oficial, genuino y honesto; ninguna administración -de todas las épocas y de todos los gobiernos- han siquiera levantado un monumento, busto u obelisco que recuerde y congratule esta acción colectiva y épica. Ninguna. Busque usted cual de nuestras calles principales, bulevares, plazas o plazuelas lleva los nombres de éstos prohombres que lo dieron todo sin condicionar nada a cambio. Ninguna. Aparecen nombres y apellidos de afuerinos, meritorios tal vez, pero, ¿Por qué olvidar a lo nuestro, nuestra gente, nuestros héroes locales? Es inadmisible este permanente olvido, esta amnesia hipócrita de las autoridades.
Saludamos lo que están haciendo hoy en día los descendientes de Jesús Silva y Alberto Cierra Alta, en levantar un modesto busto que perennice la memoria de éstos en el Parquecito de Luren. Se lo merecen. Pero esto es un esfuerzo particular de la familia más no de los que administran la ciudad ni la región. La inteligencia cívica recomienda asumir esos gastos con los dineros del pueblo, más aun que ya se han abierto las campañas electorales. Por lo menos aquí no habrá cuestionamientos ni murmuraciones, al contrario. ¿Y los demás, por que no están, por que marginarlos, porque postergarlos? El homenaje de la ciudad a sus hombres preclaros no debe costarle un sol de los bolsillos de la parentela, ni debe ser un acto mendicante, debe ser una acción reivindicativa, justa y oportuna. Además debe incluirlos a todos en un homenaje colectivo, magnánimo, esperanzador. Que la mezquindad no cierre las posibilidades de tener, por vez primera, un reconocimiento multánime del Pueblo a sus héroes locales.
NR: este artículo se publicó en el diario "La Voz de Ica" el 30-09-2010
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