Así decía Abraham Lincoln (1808-1865) ese gran estadista estadounidense, cuando convocaba a tirios y troyanos para la gran tarea de reconstruir un país sangrante luego de la gran Guerra de Secesión. Los líderes deberán de recordar siempre que se gobierna para todos y no para grupos que sólo saben aplaudir y lisonjear. La fuente del poder siempre estará en el pueblo, se trate de política o religión. Quienes pierdan de vista esa esencia, más que seguro fracasarán en todo lo que intenten.
Los que escribimos, comentamos u opinamos a través de algún medio periodístico o los que simplemente conversamos en la intimidad de nuestras hogares, en nuestros centros de trabajo o en las usuales pláticas citadinas sobre este tema recurrente, pero necesario, respecto al futuro inmediato del Santuario de Luren (que no es un montón de cemento y ladrillos inservibles como algunos dicen) estamos ejerciendo nuestro derecho a manifestar lo que sentimos sobre un tema que atañe a toda una comunidad. Las sucesivas equivocaciones y las soluciones imprácticas que se pretenden por parte del regente de la Diócesis, lejos de acercarnos a las soluciones, profundizan el problema. Imponer un proyecto sabiendo que la feligresía lo rechaza y los promotores tampoco garantizan su cumplimiento según lo anunciaron con grandilocuencia. El Obispo no podrá negar que su deseo es desaparecer los restos de este magnífico edificio religioso. Lo ha intentado en otras ocasiones, pero no ha podido. Esta sería una nueva oportunidad. Lo cierto es que existe toda una polémica, que data desde la fecha del terremoto, y la autoridad religiosa no ha buscado conciliar para que las soluciones tengan consenso. Al contrario ha soliviantado el debate con sus acciones y que la población estima como equivocadas. El nuevo Proyecto Obispal genera controversias y sinsabores. Ya tiene el proyecto en manos, los planos enfatizan las ampliaciones que serán injertadas, ha contratado a los técnicos para su ejecución, tiene el respaldo de una empresa grande para efectuar la demolición. Solo le falta convencer a la inmensa mayoría de feligreses que su propuesta justifica la destrucción. Esa va ser la parte más difícil para la obstinación del prelado.
Por ello criticamos lo negativo, de lo que no tiene trascendencia para nuestro pueblo (y por el contrario lo perjudica). Pero la crítica que hacemos es para ayudar, no para destruir. La crítica es buena cuando busca fortalecernos y eliminar nuestros puntos flacos. La crítica es mala y perversa cuando intenta dañar a las personas e inventa pretextos y se añeja en resentimientos y frustraciones. En el tema del Santuario, no existe animadversión contra nadie en particular, pero nos enerva y llena de coraje la cantidad de yerros que sumados nos afectan como pueblo y como comunidad cristiana. Este será el año de las definiciones, de los cambios en la conducción de los gobiernos de nuestros pueblos. Esperemos que el cambio nos beneficie y nos ayude a superar nuestros traumas y carestías materiales. No perdamos de vista el salvamento de aquella parte importante de nuestra identidad cultural. Solo hace falta juntarnos.
Los que escribimos, comentamos u opinamos a través de algún medio periodístico o los que simplemente conversamos en la intimidad de nuestras hogares, en nuestros centros de trabajo o en las usuales pláticas citadinas sobre este tema recurrente, pero necesario, respecto al futuro inmediato del Santuario de Luren (que no es un montón de cemento y ladrillos inservibles como algunos dicen) estamos ejerciendo nuestro derecho a manifestar lo que sentimos sobre un tema que atañe a toda una comunidad. Las sucesivas equivocaciones y las soluciones imprácticas que se pretenden por parte del regente de la Diócesis, lejos de acercarnos a las soluciones, profundizan el problema. Imponer un proyecto sabiendo que la feligresía lo rechaza y los promotores tampoco garantizan su cumplimiento según lo anunciaron con grandilocuencia. El Obispo no podrá negar que su deseo es desaparecer los restos de este magnífico edificio religioso. Lo ha intentado en otras ocasiones, pero no ha podido. Esta sería una nueva oportunidad. Lo cierto es que existe toda una polémica, que data desde la fecha del terremoto, y la autoridad religiosa no ha buscado conciliar para que las soluciones tengan consenso. Al contrario ha soliviantado el debate con sus acciones y que la población estima como equivocadas. El nuevo Proyecto Obispal genera controversias y sinsabores. Ya tiene el proyecto en manos, los planos enfatizan las ampliaciones que serán injertadas, ha contratado a los técnicos para su ejecución, tiene el respaldo de una empresa grande para efectuar la demolición. Solo le falta convencer a la inmensa mayoría de feligreses que su propuesta justifica la destrucción. Esa va ser la parte más difícil para la obstinación del prelado.
Por ello criticamos lo negativo, de lo que no tiene trascendencia para nuestro pueblo (y por el contrario lo perjudica). Pero la crítica que hacemos es para ayudar, no para destruir. La crítica es buena cuando busca fortalecernos y eliminar nuestros puntos flacos. La crítica es mala y perversa cuando intenta dañar a las personas e inventa pretextos y se añeja en resentimientos y frustraciones. En el tema del Santuario, no existe animadversión contra nadie en particular, pero nos enerva y llena de coraje la cantidad de yerros que sumados nos afectan como pueblo y como comunidad cristiana. Este será el año de las definiciones, de los cambios en la conducción de los gobiernos de nuestros pueblos. Esperemos que el cambio nos beneficie y nos ayude a superar nuestros traumas y carestías materiales. No perdamos de vista el salvamento de aquella parte importante de nuestra identidad cultural. Solo hace falta juntarnos.
NR: Este artículo se publicó en el diario “La Voz de Ica” el 08-02-2010
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